jueves, mayo 25, 2006

noviembre: 5 minutos.



3:00 de la madrugada. No puedo dormir. Aquí hace frío y el ronquido de mi vecino de cuarto me retumba en la cabeza. El 15 de noviembre cumplo un año en esta prisión (residencia), doblemente prisión (mi cabeza).

No hablo con nadie, nadie habla conmigo, es un sitio frío, con corrientes de olores distintos, olores a viejo, lejía, medicamentos, suciedad, comida, un sin fin de olores.

Todos poco a poco perdemos la cabeza en este sitio. De vez en cuando hablo sola para oírme y saber que Estoy. Comienzo a ser invisible.

La gente me mira y no me ve. No lo entiendo. Yo aún puedo verme en el espejo. Mis hijos están muy ocupados y cuando vienen a “verme” es como si apareciera un fantasma, se quedan cinco minutos y salen corriendo.

Lo he pensado seriamente: me he vuelto invisible. Puedo ir a donde yo quiera en este sitio y nadie dice nada, solamente recibo alguna palabra que se pierde con el eco cuando la enfermera se aleja.

Tengo la esperanza de ser visible otra vez el día que yo muera. Mis hijos vendrán a verme a mi cama y se quedarán un momento más conmigo, no sólo cinco minutos.

A partir de ese momento estaré en sus mentes, me recordarán con alegría, las enfermeras me vestirán y me arreglarán, los residentes curiosearán en la puerta de la habitación y habrá flores a mi alrededor. Estaré ahí visible de nuevo. Sólo espero ese nuevo día para que todos puedan verme otra vez.


Carmen Caballero Prado

1 comentario:

Paco dijo...

El tema de la mujer invisible ha generado hermosas ideas, estremecedores textos, profundas reflexiones. En estos 5 minutos de noviembre condensas a una mujer desde que se empieza a hacer invisible hasta que sueña que dejará de serlo. A mí me toca especialmente, así me permites verla.